Una aldea nace y existe por voluntad y necesidad de hombres y mujeres en el tiempo. Estas condiciones tienen que haber sido muy fuertes para crear un lugar entre dos paredes de roca que dejan poco espacio a cualquier otro elemento natural.
Molère es un conjunto de una decena de casas, usadas hoy para vacaciones y para gozar de la tranquilidad. Hace menos de un siglo era un asentamiento social con vida y economía propia. Hacer una confrontación con el presente es prácticamente imposible, entonces se juntan memorias, historias y también un poco de lo vivido, para describir la historia actual de un “punto” en el Gran Paradiso.","           Cada familia poseía pocas cabezas de ganado y los prados necesarios para su mantenimiento, esta era la vida que se repetía de generación en generación y daba a la aldea una identidad propia. Los pastos eran cuidado hasta en las alturas, de bajo de las coníferas, los canales de riego los atravesaban horizontalmente para permitir un adecuado riego y abono. Los campos de patata y trigo llegaban hasta más alto para no quitar terreno precioso a los pastos y para aprovechar mejor el espacio se construían terrazas de contención. Las habitaciones reflejaban la micro-realidad campesina de la montaña: en un único espacio convivían animales y cristianos, cada uno con sus elementos necesarios. En pocos metros cuadrados coexistían: la cama, la estufa, la alacena para los humanos y el pesebre para las vacas. Allí estaba todo, porqué todo giraba en torno al pastoreo y que no siempre daba sus frutos.",'           Después llegó la guerra y entre otras abominaciones provocó también la destrucción de la aldea. Fue quemada y saqueada. Conscientes de un pasado que iba desapareciendo, sin la percepción de la transformación que estaba por llegar, algunos jóvenes quisieron construir una vivienda “más bonita” y la hicieron en el fondo del valle, en piedra, siguiendo los criterios de antaño.
De allí a pocos meses todo se disolvió: los habitantes migraron a la ciudad, se hicieron obreros y el boom económico los contagió. La aldea fue definitivamente abandonada a excepción de una veintena de días al año en ocasión de la trashumancia del ganado. Y así fue durante alrededor de treinta años, hasta cuando el último habitante de la época pre-bélica, fuerte de las ideas enunciadas en la premisa, decidió que había llegado el momento de volver a empezar. Así en el 1977 fue reestructurada la primera casa, la "más bonita" y de allí a unos cuantos años se volvió a meter manos a la aldea, volviendo a darle nueva vida. Cada generación ha visto un cambio de época: se pasó de una habitación compartida con un establo, a la luz eléctrica y la calle asfaltada, a internet y televisión por satélite. Cada generación ha puesto de lo suyo para mantener vivo este lugar, siempre entre dos paredes de roca, siempre en medio de dos avalanchas, siempre Molère.